domingo, 8 de agosto de 2010

The warning

Imagina que eres una profesora de inglés y que has mandado escribir una redacción de misterio y horror. Recibes esto:


I am sure that you are thinking at this very moment that this page is just one more essay you have to read and to correct. You are wrong. This is a warning. Beware of car wash tunnels. Now, you do not understand. Wait, go on reading and you will.

Haven't you ever remained sitting inside your car while it was being dragged along the tunnel? Remember your feelings. Didn't you feel an unpleasant, claustrophobic sensation? Maybe you felt helpless, impotent. All you could do was wait until your car was out of those menacing wash-rollers.

What would you think of not being alone inside the car? How would you react if you were in the middle of the tunnel, observing the water, the foam and the advancing rollers, feeling a little powerless, and you perceived a strange presence? Perhaps you would turn your head round. Perhaps not. And... What about discovering something in the back seat? A shadow who does not have a very good intention. Maybe a killer. Try to imagine the physical sensation of two wet rollers that are now inside the car, two rollers made of man's fingers, enclosing you as if you were the car, grazing your neck, caressing the skin of your jaw, impregnating it with its humidity, slowly but more and more squeezingly, while the car is being pushed towards the exit. Wouldn't it be exciting? But it could be that your friend, the shadow, took not the form of the rollers and simply wrapped you up and run through you with something cold, something sharp, something made of metal. You would then be thrown in the middle of a black and red spiral which would take you into the kingdom of the void.

I do not know if you are starting to understand. Are you? Are you guessing who this presence at the back seat could be? Remember that this essay is a warning. I am warning you about remaining inside the car. Because I know something mysterious could happen to you. You could be introduced into the mysteries of the last travel by someone who knows well when and where you wash your car, a British one, by the way. I hate British cars, and British car drivers. Do you understand now? Yes, that is me. I am your shadow. I could steal your breath the next time you wash your car. I know that now you are smiling and thinking that this writing is a big nonsense, a really silly thing. But you are wrong again. What do you know about me, except my name? You cannot have heard of the other English teachers who found the nothingness at the back seat. And you cannot conceive how easily I slip into my teachers' car, It is just a question of lightness, slightness, nimbleness. I assure you that you will not notice me. Maybe the only think you will notice will be the softness of the knife. Or my hands' humidity. And how can you know that you are not going to find that pleasant? It will be the first time you die. Won't it?

Why? Why do I do it? Why do I kill English teachers? I do not really know. I suppose it is entertaining. And there is the question of my hate towards English car drivers...Some time ago I used to kill French teachers; and before that, teenagers; and even before, dogs, cats and parrots... I have always had the necessity of murdering... Nevertheless, what I most enjoy is not the fact of killing itself, but the fact of writing warnings that are never considered as seriously as they should be. I am absolutely sure that you are still thinking that this is just one more essay. Well, perhaps you do right not worrying at all. But tomorrow look into my eyes, try to discover the secret light that will show you I am just telling the truth. You will shiver then.
Carlos Lázaro, clase de 4º EOI



Raúl va de caza


Raúl se ha preparado a conciencia: botas resistentes al agua, chaleco de mil bolsillos, cartucheras, escopeta, sombrero, pantalones cálidos. Y su perra Fina. Ahora camina con cuidado de no hacer demasiado ruido sobre la hojarasca. A la cintura, colgando de un gancho, cinco perdices. Pero la veda del ciervo se ha abierto y lo que él espera cobrar es algo mucho más grande que un ave.

El terreno se vuelve más complicado y es difícil caminar sin ser visto. Pero Raúl ha pensado en todo: el color de su ropa se mimetiza a la perfección con la naturaleza que lo rodea y el hombre es tan solo una sombra que se mueve despacio entre las ramas. Ninguno de los grandes animales sería capaz de distinguir que es un hombre. En eso está parte de la clave, piensa Raúl, en no dejar que las piezas te distingan como humano.

Pero hoy los venados no se dejan ver con facilidad. Y él ya está harto de perdices y pichones. Lleva varias horas caminando y desea disparar a un animal grande. Pero no un jabalí. Quiere matar un ciervo. No sabe cómo lo transportará, pero quiere matarlo.

Seguro dentro de su ropa de camuflaje, se arriesga a asomarse fuera de los matojos y otea concienzudamente el horizonte. Y es entonces cuando lo siente. Algo le explota dentro. Es una hoguera que le destroza el pecho. Y una fracción de segundo después lo oye. Es la detonación de un disparo. Y comprende, horrorizado, que la bala ha llegado antes que el sonido. Y lo comprende justo otra fracción de segundo antes de sentirse arrastrado hacia la oscuridad más completa que precede a la nada.

Cuento de pre-Navidad


Mario observaba la escena como un curioso más. No conseguía ver bien lo que estaba sucediendo. La luz azulada de una ambulancia se reflejaba en la luna de un comercio, compitiendo con la frialdad de otra luna, la de verdad. Se acercó al corrillo que rodeaba a los muchachos del SAMUR. Todavía se sentía mareado, como flotando, creía que la cabeza le iba a estallar. Y no comprendía bien lo que estaba ocurriendo, ni por qué se sentía así.

Entre el murmullo agitado de la gente, Mario creyó reconocer la voz de Carlos, su compañero de clase. Y la de Ester. También la de Jose. “Joder, si son ellos”, pensó el estudiante. Se elevó un poco sobre las cabezas e intentó localizar a sus amigos. Reconoció inmediatamente las pequeñas trencitas negras de Ester. Inconfundibles. Y los brazos protectores de ellos, sosteniéndola, tranquilizándola. “¿Pero qué coño está pasando aquí?”, se preguntó. Y en ese preciso instante su vista consiguió abrirse camino entre la barrera de cuerpos y adivinar una forma humana tendida en el suelo. “Es un accidente. ¿Estará herido? ¿Quién será? ¿Y qué pintan estos tres aquí?”, pensó.

Con estas preguntas, la cabeza de Mario se iba olvidando del dolor y del mareo. Era como si su mente se fuera aclarando. Lo que no conseguía comprender era en qué momento se había separado de sus amigos. Era fin de trimestre. 21 de diciembre: el día de las pellas. Habían salido a divertirse, y, desde luego, habían bebido. ¡Vaya que si habían bebido! Como que habían empezado a las once, después de las notas. Y él, Mario, era quien más había tragado. Por no hablar de las pastillas, ni de... Realmente se había pasado un poco. Por eso le dolía la cabeza. Por eso, el mareo. Y por eso no conseguía comprender por qué Ester y sus dos colegas estaban ahí, en el centro del mogollón y él no.

Pero él era un tío decidido e iba a pasar a la acción. Era ya el momento de abrirse paso y descubrir la verdad de lo que estaba sucediendo. Se hizo hueco como pudo y accedió al centro del círculo, al lado de Jose.

Primero reconoció las playeras: unas Nike azules y blancas. A continuación, unos vaqueros desgastados. La sudadera había sido cortada y los enfermeros estaban practicando un masaje cardíaco sobre un pecho joven. Arriba y abajo. Un, dos, tres, cuatro, cinco. Arriba y abajo.

Y cuando un hombre del SAMUR apartó la cabeza, Mario clavó la mirada en los ojos del muchacho de los vaqueros desgastados, unos ojos demasiado familiares, opacos, fijos en la luna, pero sin verla. Demasiado familiares. Demasiado. Y comprendió, horrorizado, la fría realidad de aquella noche de pre-Navidad. Comprendió, demasiado tarde, que él ya no era Mario, sino el espíritu de Mario que estaba asistiendo a su propia muerte.


Ideado, escrito y corregido en clase por 28 alumnos de diversificación y un profesor. Diciembre de 2001

sábado, 29 de mayo de 2010

Elige tu antepasado



Melusina, la constructora, también gozó de una fertilidad fructífera que la llevó a alumbrar hasta diez hijos, todos varones. A todos los amó, a todos los cuidó y a todos les ayudó, incluso después de desaparecer volando por la ventana... Lee la lista y decide cuál de ellos puede ser uno de tus antepasados, Melús de la época moderna.



  • El primero, Urian, llegó a ser rey de Chipre, era un chavalote bien proporcionado, excepto en una cosa: tenía un rostro corto y ancho, un ojo rojo y el otro azul y verde y las mayores orejas que se hubieran visto jamás en un niño.
  • El segundo, Eudes, tenía una oreja indiscutiblemente más grande que la otra.
  • El tercero, Guión, tenía un ojo más alto que el otro.
  • El cuarto, Antonio, hermoso y bien hecho en todo, como sus hermanos, excepto porque en la mejilla tenía una garra de leon y, antes de que cumpliera ocho años, se volvió peluda y con uñas cortantes.
  • El quinto, Renaud, sólo tenía un ojo, pero especialmente agudo.
  • El sexto, Geoffroy, tenía un incisivo de tres centímetros que le salía de la boca.
  • El séptimo, Fromont, que fue monje en Maillezais, tenía una berruga peluda en la nariz.
  • El octavo, de nombre Horrible, increíblemente alto, tenía tres ojos y era tan feroz que antes de cumplir los cuatro años ya había terminado con dos de sus nodrizas.
  • El noveno, Thierry, era normal.
  • El décimo, Raymonnet, también era normal.

Vamos, a mí no me cabe ninguna duda de que yo desciendo de Raymonnet. Pero... ¿y tú? Participa en esta encuesta y...



Hazañas constructivas de Melusina, el hada


No solamente era serpiente los sábados, qué va, su naturaleza sobrenatural le permitía ser capaz de grandes hazañas, generalmente nocturnas. Por ejemplo, durante el primer año de su matrimonio, Melusina construyó las fortalezas de Vouvant, Mervent y la torre de Saint-Maixent, tres plazas fuertes que contribuyeron a fortalecer el inmenso poder de la familia Lusignan. Una sola noche le bastaba para edificar las más imponentes fortalezas: Tiffauge, Talmont, Partenay, o iglesias como la de Saint Paul-en-Gâtine, que surgió en mitad de los campos, las dos torres de Guardia, que cierran el puerto de La Rochelle, las torres de Niort e, incluso, la ciudad de Lusignan. ¡Qué pena que la curiosidad de Raymondin terminara con la furia constructora de nuestra tatarabuela!

La increíble pero muy cierta historia del hada Melusina


Jean d'Arras publicó en 1393 su novela Melusina o la noble historia de Lusignan, donde recogía la leyenda de Melusina, el hada que se transformaba en serpiente todos los sábados, haciéndose eco de tradiciones orales muy antiguas. En la región francesa del Loira Atlántico conocen muy bien al personaje y la toponimia local recuerda a la hermosa Melusina, fundadora de la dinastía de Lusignan.

Cuenta la leyenda que el rey Elinas de Albión perdió a su mujer muy joven, y nada podía consolarlo. Para intentar olvidar su soledad salía cada mañana a cazar sin ninguna compañía. Un día, a mitad de la jornada, llevado por el cansancio se acercó a una fuente a beber. Una bella mujer de cabellos rubios y piel blanca estaba sentada en el borde de la fuente. La joven se llamaba Pressina y era un hada de buen corazón. Cuentan que el rey, nada más verla, quedó impresionado de la belleza de la joven y le pidió que se casara con ella.

- Me casaré contigo, noble caballero, pero tienes que prometerme una cosa. Nunca podrás verme en el momento de dar a luz, porque entonces me veré obligada a dejar tu presencia.

- Así lo haré, amada mía.

Y cuentan que se casaron y fueron muy felices. Llevaban muy poco tiempo de casados cuando ella quedó en estado, y el día del parto avisaron las doncellas al rey de que su mujer estaba dando a luz a tres hermosas niñas. El padre, llevado por la emoción, entró en la alcoba ante la sorpresa de su amada. En ese momento desaparecieron las cuatro, el hada Pressina y sus tres hijas: Melior, Palestina y Melusina, que se refugiaron en la Isla de Avalón.

Crecieron las niñas sabiendo que vivían pobremente allí cuando podían ser princesas, si no hubiera sido por el descuido de su padre, y desde muy pequeñas reprocharon a su padre el error que cometió.

Con los años este sentimiento se fue convirtiendo en odio y querían venganza. Incitadas por Melusina, las tres hermanas aprovecharon un descuido para encerrar a su padre en el Monte Braudelois, de donde no pudo salir. Cuando la madre supo lo que sus hijas habían hecho con el hombre que ella tanto había amado les echó una maldición. Melior fue encerrada en un castillo, condenada hasta el fin de sus días a proteger a un gavilán prodigioso, pero a pesar del encierro conservaba su belleza. Palestina no podía salir de una cueva en el condado de Barcelona. A Melusina le tocó la peor parte, la convirtió en serpiente de cintura para abajo y le dijo:

- Y tú, Melusina, por ser la instigadora del crimen cometido contra tu padre, tendrás que cuidar toda tu vida de la fuente sagrada. Puedes vivir si quieres como mortal, pero eso sí, todos los sábados la mitad de tu cuerpo se convertirá en serpiente, para que nunca olvides el mal que has hecho contra tu progenitor. Y podrás casarte si quieres, pero nunca podrá tu marido verte mientras estés en ese estado. Si alguna vez rompe esta condición deberás abandonarlo al instante y pasarás el resto de tus días convertida en serpiente.

Aquí termina la historia de Pressina, pero comienza la de Melusina.

Años después, un joven conde pasaba cerca de la fuente cuando vio a una hermosa joven que jugaba con el agua. Parece que repitiendo la misma historia de sus padres, el conde Raymodin de Lusignan y Melusina se enamoraron. Cuando el conde la pidió en matrimonio, Melusina, como su madre muchos años antes, puso a su enamorado una condición: sería una buena esposa, pero sólo le pedía un favor, los sábados debía dejar que se bañara sola, aunque todos murmuraran por su extraña costumbre. El marido, que pensaba que aquello era una manía nada difícil de cumplir, le prometió la noche antes de su boda que sería como ella pedía.

Y así fue, y se casaron y fueron muy felices. Tuvieron tres hijos muy hermosos, aunque de piel casi transparente. Melusina era ejemplo de buena madre y esposa, siempre dispuesta a ayudar a su marido. Durante años el marido respetó sin rechistar la manía de su mujer, y cada sábado Melusina puntualmente corría a esconderse en la torre del castillo, y allí veía entre lágrimas cómo su hermoso cuerpo se cubría de escamas.

Pero las malas lenguas nunca descansan y los rumores corrían por palacio. Fueron los criados los primeros en murmurar sobre la extraña conducta de su señora, e incluso hubo quien insinuó que a saber qué escondía en la torre, quizás un amante. Y todos se reían de los supuestos adornos del marido.

El marido conocía a su mujer mejor que nadie, y sabía que en su corazón todo lo que había era bueno, pero empezaron a incomodarle los comentarios. Cada sábado iba aumentando su duda y la intranquilidad. Un sábado, llevado por la desconfianza, entreabrió la puerta de la torre para ver a su mujer. Una larga cola de serpiente cubría el cuerpo de su esposa, pero no sólo eso, sus ojos eran de fuego y sus manos unas garras. No pudo evitar emitir un grito. La mujer lo miró tristemente, levantó unas alas que su marido nunca le había visto y escapó por la ventana para siempre. El conde se reprochaba su curiosidad y falta de confianza, y lamentaba haberse dejado llevar por murmuraciones en lugar de confiar en la que siempre fue honesta con él.

Cuentan que desde entonces el conde sufría en la soledad del castillo, aunque tenía todavía a sus hijos. Todas las mañanas iba a despertarlos con todo amor, pero siempre estaban ya levantados, vestidos y perfumados. Ellos decían que era su madre, que cada mañana iba a darles el beso de buenos días y vestirlos. Dice la leyenda que no faltó ni un solo día a la cita, hasta que los hijos no la necesitaron más. Y cuentan que el conde, aunque lo intentaba, nunca pudo volver a ver a su mujer, y aunque lloraba a menudo suplicando su regreso ella nunca volvió. También hay voces que afirman que cada vez que muere alguien de la familia en palacio, aparece una serpiente alada que da vueltas por los balcones. Pero esto último sólo son murmuraciones.

Existe un sitio web llamado www.melusina.org, una red de escritores que publican en el ciberespacio, donde encontrarás una versión más completa de la leyenda. Eso sí, está en francés.
A lo mejor, lo que te apetece es escuchar una canción que cuenta esta historia: